Dice Steam que he jugado a Factorio durante ocho horas. Solo he jugado una vez.

Recuerdo perfectamente el día en que descubrí la fragilidad. Estudiando el cuerpo humano, en primaria, nos explicaban el corazón; ese órgano de apenas el tamaño de un puño, esa obra de ingeniaría inverosímil de la que todo depende, ese trozo de carne débil que bombea nuestra existencia.

Factorio es lo mismo y lo contrario. No lo mismo que el corazón, pero lo mismo que ese momento de lucidez en que la magnitud de algo te sobrecoge. Entiendo Factorio como un espejo de la capacidad esotérica, la expansión infinita, la potencia de alcance invisible; los límites, y su ausencia.

Por alguna razón que se me escapa, Factorio me hace pensar en Deep Divers, una ¿banda? absolutamente desconocida, de la que jamás he conseguido descubrir nada excepto su música -una suerte de chill out para lounge cafés-, que está ahí, entregada al mundo, y que es abismal (en el más literal y hermoso sentido de la palabra). Su primer disco, Big Blue Chill (2015), es una interpretación 1:1 del océano en sonidos. Es la inmensidad.

No entiendo ese disco, pero según Spotify es, reiteradamente, lo que más escucho cada año. Tampoco entiendo el océano, pero no soporto más que una cierta cantidad de tiempo sin acudir a él. No entiendo los límites, ni los del universo ni los de la mente humana, y por eso tampoco entiendo Factorio, pero durante aquellas ocho horas tuve la sensación de estar ante una de las creaciones más absolutas que he tenido delante.

No creo que vuelva a jugar a Factorio jamás.

14/03/2019

Reviewed on Jun 30, 2024


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