En la superficie, deudor de LIMBO, Inside y su prole. En la práctica, heredero de ICO y The Last Guardian. Como sucedía con Jorda y Trico, FAR: Lone Sails pone su énfasis en tejer un vínculo personal con algo que sobre el papel supone una carga en nuestro avance.

A primera vista podría parecer que aquí se pierde la humanidad que exudaban las obras de Ueda porque lo que arrastramos es una máquina y no una persona o animal. Sin embargo, el gigantesco vehículo que transportamos simboliza al familiar cuya muerte lloramos en un altar improvisado en el jardín de nuestra casa nada más iniciar el juego. Este mamotreto era el proyecto de toda una vida y ahora lo hacemos avanzar como si fuese un cadáver. Por eso tiene sentido que se trate de un objeto inerte, que pese, se mueva a trompicones y cuyo manejo no otorgue facilidades sino inconvenientes. De ahí la dispersión de los mandos de la nave y la respuesta física que emana de accionarlos.

El viaje pues se convierte en un ejercicio de catarsis en el que lidiar con la pérdida. Nos alejamos del hogar porque la tragedia te obliga a salir de lo conocido. Cada poco toca hacer un alto en el camino y tomar aire para continuar nuestro periplo con fuerzas renovadas. En ocasiones nos veremos superados por las circunstancias que nos rodean y sentiremos que perdemos el control sobre nosotros mismos. Encadenamos fases en las que todo parece negro con noches de cielo abierto y firmamento estrellado. Vamos recolectando herramientas que hacen un poco más sencillo nuestro avance. Nos enfrentamos, en definitiva, a las fases de un duelo por superar la ausencia de quien tanto quisimos.

Las tierras que transitamos son baldías y cada poco encontramos un cartel rezando por un esperanzador futuro que choca con la decrepitud de todo lo que nos rodea. Exceptuando el viento, símbolo de avance, todo elemento de la naturaleza es hostil para con nuestro avance. Esto provoca que muchos aborden FAR: Lone Sails como una crítica a la industrialización del mundo, y los restos de civilización con los que nos topamos, casi siempre metálicos y referentes a lo industrial, empujan dicha tesis. Seguramente haya bastante de esto en el desempeño artístico del juego, pero yo prefiero verlo como simple reflejo de los turbulentos tiempos a los que se enfrenta el monigote que hace las veces de avatar. Aunque el entorno grite por la humanidad, el juego centra su mirada en lo personal.

Hasta aquí FAR: Lone Sails es una metáfora cojonuda, pero no todo iba a ser tan bonito. Aunque los cielos se oscurezcan y el terreno parezca ponerse en nuestra contra, el juego nunca te hace sentir realmente amenazado. Los recursos combustibles con los que alimentamos el motor de la máquina son abundantes y todo obstáculo con el que nos topamos está extrañamente diseñado para que lo solucionemos sin rompernos mucho la cabeza. Todo está recubierto de una excesiva artificialidad. Entiendo que concebirlo como un juego de scroll lateral en el que la nave siempre se mantiene adherida al suelo va encaminado a respetar lo de arrastrar nuestra pérdida sin volver la vista atrás. Pero el resultado es que la aparente complejidad de la nave quede reducida a eso, la apariencia. Incluso en los escasos momentos en los que da la impresión de que la situación nos sobrepasa, basta con echar el freno e ir solucionando los incendios y problemas eléctricos de la nave con calma para reanudar nuestra marcha. Llueve mucho fuera, pero estas gotas no mojan.

Esta falta de colmillo traiciona el principio básico de la obra. No hay dificultades reales que superar aquí. No obstante, llegado el final, no hace falta sentir que ha valido la pena ni recordar los baches del sendero, nos basta con comprender que solo se hace camino al andar.

Reviewed on Apr 25, 2022


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