Poco que no se haya dicho ya: visualmente es un portento, no sólo a nivel de gráficos (el único juego digno de una gen post-PS4 si me preguntas a mi), sino también la fotografía, planos, encuadres, etc. Aún partiendo de una base estética facilona y predecible, resulta francamente impresionante.

Sin embargo falla en todo lo demás. De las mecánicas lo mejor que se puede decir es que no estorban demasiado, como sí lo hacían en el primer Hellblade. Y luego la historia, que se supone que debería ser un punto fuerte, es un auténtico desastre: no sabe qué contar ni cómo contarlo, y no para de dar bandazos hasta un final tramposísimo. Lo único que parece tener claro es un tono excesivamente grave y grandilocuente, tan monocorde que hace que nada te termine importando demasiado. Hasta las voces internas de Senua se han vuelto irrelevantes, limitadas a subrayar lo evidente una y otra vez.

Aún con eso, merece la pena jugarlo, es tan espectacular que no cuesta apagar el cerebro y dejarse llevarse por el espectáculo visual que propone. Eso sí, es mejor hacerlo más pronto que tarde: es una obra condenada a la irrelevancia en cuanto otros estudios consigan el músculo de Ninja Theory.