Acudes al nuevo menú de un famoso restaurante. Sabes por tus anteriores visitas que su estilo no es tu preferido, pero oye, sabes apreciarlo igualmente.
Y van sacando platos.
Inicialmente estás encantado, tiene un sentido de libertad que le sienta genial, y buscas por los rincones, intentando saborear cada bocado. Incluso los siguientes platos los disfrutas mucho también, aunque empiezas a no dedicarles una atención tan minuciosa porque no te quieres saturar.
Pero los platos no dejan de salir.
Ya estás comiendo más rápido, porque quieres acabarte ese menú y no quieres darte tanto tiempo a llenarte.
Pero todavía hay más.
Los ingredientes y conceptos empiezan a repetirse, e incluso alguno de estos platos cojea un poquito en la técnica. La calidad sigue siendo muy alta, pero ya estás pensando en cuánto queda.
Y siguen viniendo platos.
Aunque no habría nada de malo en ello, no quieres irte sin comer un poco de cada plato, así que pasas a picotear de cada plato, lo suficiente para ver cómo es, antes de pasar al siguiente.
Y cuando por fin acabas el menú con unos platos finales que también son muy buenos, ya no sientes tanto disfrute por la comida como alivio por haber acabado.

Pues más o menos esa ha sido mi experiencia con Elden Ring.
Sé que habría sido distinto si su estilo hubiera encajado más con mis preferencias, pero igualmente creo que se les ha ido la mano con la escala. Cuántas catacumbas clónicas, cuántas cuevas con algún gimmick frustrante que hace que les dediques horas en lugar de minutos. Y hacia el final, cuánto (para mi gusto) jefe reutilizado como enemigo común, cuánto enemigo puesto a mala baba para que un pasillo cualquiera se convierta en un escollo donde buscas cuál es la forma menos costosa de pasar.
Pero aún con todo, qué mundo tan bien hecho, qué trasfondo tan bueno, qué primeras cuarenta horas.

Reviewed on Apr 14, 2022


Comments