Mi mejor amigo a la edad de 7, me contó que había monjes que pegaban pequeños pero rápidos puñetazos a un muro durante años. Esto, que a priori no es más que una curiosidad y parece un sacrificio de fakir en vez de un entrenamiento, resulta que les endurece de manera extrema los nudillos y en combate les hace demoledores.
Demoledor es perder a alguien que representa un pilar en tu vida.
Me imagino al personaje protagonista de SIFU aprendiendo toda esa sabiduría de su padre/sensei/sifu y albergando en sí todos esos recuerdos magníficos que calan hondo y utilizándolos como leña que aviva el fuego de la venganza.
Si tuviera que idear un videojuego a medida para nuestros yos (de mi amigo y yo mismo) de hace 22 años , los que se apuntaron a judo y karate respectivamente, es probable que fuera similar a este. En su momento, lo que encontramos fue tekken 5 y dragon ball budokai (tenkaichi) 3. En tekken veíamos (o eso creíamos) reflejados algunos movimientos de los artes marciales que habíamos aprendido y nos movia la espectacularidad, el amor por el combate y el enfrentamiento competitivo (sin toxicidad).
Por otro lado ambos amábamos tanto dragon ball z que nos pasábamos el día simulando peleas de la serie o simplemente luchando con la espectacularidad (siempre en nuestra mente) de la misma.
Hablo de todo esto porque al igual que nosotros generamos algo maravilloso (nuestra amistad) motivado por el amor al combate y las peleas, SIFU despega y va hasta el infinito en el momento que calmamos nuestra ira y nos equilibramos, nos templamos y conseguimos perdonar. El fuerte posee el puño para enseñar al oponente que no debe usarse.
A pesar de toda la vorágine de hostias, mamporros, tortas y mecos, SIFU consigue en su verdadero final, la paz. Y aunque en el audiovisual siempre se nos haya contado la misma historia de venganza como algo tremendamente estético y atractivo, sabemos que lo que realmente reconforta es una palmada en la espalda, una conversación y el sosiego.
Hace tiempo que no veo a mi amigo. Ojalá darle un abrazo.
Demoledor es perder a alguien que representa un pilar en tu vida.
Me imagino al personaje protagonista de SIFU aprendiendo toda esa sabiduría de su padre/sensei/sifu y albergando en sí todos esos recuerdos magníficos que calan hondo y utilizándolos como leña que aviva el fuego de la venganza.
Si tuviera que idear un videojuego a medida para nuestros yos (de mi amigo y yo mismo) de hace 22 años , los que se apuntaron a judo y karate respectivamente, es probable que fuera similar a este. En su momento, lo que encontramos fue tekken 5 y dragon ball budokai (tenkaichi) 3. En tekken veíamos (o eso creíamos) reflejados algunos movimientos de los artes marciales que habíamos aprendido y nos movia la espectacularidad, el amor por el combate y el enfrentamiento competitivo (sin toxicidad).
Por otro lado ambos amábamos tanto dragon ball z que nos pasábamos el día simulando peleas de la serie o simplemente luchando con la espectacularidad (siempre en nuestra mente) de la misma.
Hablo de todo esto porque al igual que nosotros generamos algo maravilloso (nuestra amistad) motivado por el amor al combate y las peleas, SIFU despega y va hasta el infinito en el momento que calmamos nuestra ira y nos equilibramos, nos templamos y conseguimos perdonar. El fuerte posee el puño para enseñar al oponente que no debe usarse.
A pesar de toda la vorágine de hostias, mamporros, tortas y mecos, SIFU consigue en su verdadero final, la paz. Y aunque en el audiovisual siempre se nos haya contado la misma historia de venganza como algo tremendamente estético y atractivo, sabemos que lo que realmente reconforta es una palmada en la espalda, una conversación y el sosiego.
Hace tiempo que no veo a mi amigo. Ojalá darle un abrazo.