A finales del año 2018 mi hermano y yo le regalamos a mi padre una Nintendo Switch con Breath of the Wild por su cumpleaños. La entrada en casa de la nueva consola híbrida de Nintendo marcó un punto de inflexión en tanto que llevábamos siete años sin adquirir ninguna consola nueva. Además, yo me había tirado los dos últimos años de mi vida echando raíces entre la biblioteca y los laboratorios de la universidad y apenas tenía tiempo libre para ver un par de películas a la semana.

Desde que a mediados de los años 90 mi tía le dejara a mi padre una NES con Super Mario Bros, por mi casa habían desfilado todas las consolas de Nintendo (y alguna de Sony), con la excepción de Wii U, cuyas prestaciones y catálogo inicial nunca llegaron a despertarnos el interés suficiente para comprarla.

Echando la vista atrás, me doy cuenta de que todos en mayor o menor medida hemos tenido alguna época en nuestras vidas en la que no hemos jugado, ya fuera porque no podíamos permitirnos lo que valen los juegos o porque nos decantábamos por otras alternativas de ocio. Sin embargo, también me he dado cuenta de que, más tarde o más temprano, la mayoría de nosotros tiende a volver a jugar a videojuegos en algún momento de su vida.

Yo volví con Breath of the Wild.

Realmente nunca dejó de interesarme este mundillo y siempre me he mantenido al día en cuanto a noticias se refiere, no obstante, Nintendo Switch aterrizó en mi casa para traernos de nuevo la costumbre familiar de preguntarnos cada fin de semana por dónde íbamos en nuestras respectivas partidas.

El título de Nintendo me devolvió una ilusión que no experimentaba desde hacía tiempo, una muy infantil, pero también vital y sin la que no soy capaz de entender esta afición, a la vez que ayudó a sobrellevar toda la presión que sentía en ese momento por aprobar todos los exámenes.

En los cinco años que transcurrieron desde que terminé Breath of the Wild hasta el lanzamiento de su secuela ha pasado de todo, pero me alegra echar la vista atrás para darme cuenta de que el hobby que tan buenos ratos me ofreció de adolescente, y sin el que sería muy complicado entender algunos aspectos de mi vida, ha perdurado en el tiempo.

The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom no sólo conserva muchas de las virtudes de la entrega anterior, sino que las lleva un paso más allá. El juego presenta un set de habilidades para Link mucho más creativo, provocando que los desafíos se sientan mucho más interesantes, al no haber una única manera de afrontarlos, y facilitando la navegación para que explorar Hyrule resulte lo menos tedioso posible.

Además de las nuevas propuestas jugables, Tears of the Kingdom cuenta con uno de los mejores elencos de personajes de toda la saga. Jamás pensé que ayudar a que unos carteles se tuvieran en pie, manipular unas elecciones o tirar del hilo de los rumores que me cuenta un pájaro iba a desembocar en una experiencia tan satisfactoria todas y cada una de las veces. Hasta el mismísimo Ganondorf tiene aquí su mejor representación del personaje gracias al trabajo artístico de Nintendo y la excelente labor de doblaje de Alfonso Vallés.

Si a todo lo que he mencionado anteriormente le sumas una banda sonora que acompaña a la perfección tanto los momentos épicos como las escenas más contemplativas, la experiencia es prácticamente insuperable.

Lo que no ha cambiado de una entrega a otra y para mí sigue siendo su principal virtud es la capacidad que tienen estos Zelda de mundo abierto para que el jugador pierda la noción del tiempo. Jamás juegas el tiempo que te hayas establecido o haces lo que quieras hacer en un principio, siempre encuentras una par de cosas que llamen tu atención con tan sólo girar la cámara. Mas aun cuando en Tears of the Kingdom se han añadido multitud de lugares nuevos por los que perderte: cuevas, islas flotantes, pozos y hasta un sotanillo que alberga un buen puñado de homenajes a otras entregas de la franquicia.

Seguramente sea dicho subsuelo mi parte menos favorita del juego, ya que encuentro pocos incentivos más allá de la misión del clan Yiga, la búsqueda de recursos o los ya citados “homenajes” a la saga para explorarlo.

A lo largo de las casi 180 horas que le he dedicado nunca he tenido la sensación de estar desaprovechando mi tiempo y eso supone un mérito enorme por parte del equipo de desarrollo, que en el pasado ya me hizo vivir grandes momentos con entregas del calibre de A link to the Past, Ocarina of Time o Wind Waker. Espero que ojalá sean muchas más las que a mi padre y a mí nos queden por disfrutar.

Reviewed on Jan 13, 2024


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