Dice Steam que he jugado a Factorio durante ocho horas. Solo he jugado una vez.

Recuerdo perfectamente el día en que descubrí la fragilidad. Estudiando el cuerpo humano, en primaria, nos explicaban el corazón; ese órgano de apenas el tamaño de un puño, esa obra de ingeniaría inverosímil de la que todo depende, ese trozo de carne débil que bombea nuestra existencia.

Factorio es lo mismo y lo contrario. No lo mismo que el corazón, pero lo mismo que ese momento de lucidez en que la magnitud de algo te sobrecoge. Entiendo Factorio como un espejo de la capacidad esotérica, la expansión infinita, la potencia de alcance invisible; los límites, y su ausencia.

Por alguna razón que se me escapa, Factorio me hace pensar en Deep Divers, una ¿banda? absolutamente desconocida, de la que jamás he conseguido descubrir nada excepto su música -una suerte de chill out para lounge cafés-, que está ahí, entregada al mundo, y que es abismal (en el más literal y hermoso sentido de la palabra). Su primer disco, Big Blue Chill (2015), es una interpretación 1:1 del océano en sonidos. Es la inmensidad.

No entiendo ese disco, pero según Spotify es, reiteradamente, lo que más escucho cada año. Tampoco entiendo el océano, pero no soporto más que una cierta cantidad de tiempo sin acudir a él. No entiendo los límites, ni los del universo ni los de la mente humana, y por eso tampoco entiendo Factorio, pero durante aquellas ocho horas tuve la sensación de estar ante una de las creaciones más absolutas que he tenido delante.

No creo que vuelva a jugar a Factorio jamás.

14/03/2019

Todo se ha dicho ya de sus mecánicas, de su jugabilidad, de su dificultad, etc., pero a mí Hollow Knight no me interesa especialmente por las cuestiones técnicas (realmente nada me interesa nunca por las cuestiones técnicas), sino por cómo me ha arrastrado a lugares emocionales de un modo que, de hecho, casi ningún juego ha conseguido.

Y digo arrastrar porque sí han existido otros títulos que me han hablado de soledad, de melancolía y de abandono, pero en la mayoría de los casos llevándome de la mano, porque yo quise coger sus manos y dejar que me guiaran. Hollow Knight me ha arrastrado, en contra de mi voluntad.

Superadas las 20 horas de juego (he tardado 27h en completarlo, pero solo con un 75% de cuestiones descubiertas, me informa cruelmente el juego), sinceramente, anhelaba su final. A esas alturas ya estaba completamente enamorado de Hollow Knight y, por ende, lo odiaba en cierta medida; no lo odiaba por su dificultad ni por ninguno de esos factores que frecuentemente se le reprochan. Lo odiaba porque, actuando como un veneno de acción lenta, me iba poniendo cada vez más triste. Suelo jugar de noche, antes de acostarme, y durante todos los días que ha durado esta relación tóxica con Hollow Knight, me he ido a dormir sumido en una profunda sensación de vacío y de angustia existencialista.

Lo especialmente meritorio de todo esto (si es que es meritorio y no denunciable) es que el juego lo consigue sin tomarse demasiadas molestias; sin intentarlo especialmente. La "historia" apenas se dibuja a trazos vagos (deliberadamente vagos) en diálogos salpicados acá y allá, y no es ni remotamente el foco de Hollow Knight... pareciera.

La abrumadora sensación de soledad -y consecuente tristeza- que transmite Hollow Knight es un accidente, y los accidentes en el arte son, precisamente, lo más bello que (no) ha inventado el ser humano.

22/02/2020