2016
Una noche lluviosa, una huida precipitada en caballo hacía lo desconocido, y de repente un estallido. Ante mis ojos: un cometa carmesí cayendo del cielo impactando delante mío. De los momentos que más me han impactado en un videojuego, lo tengo grabado a fuego en mi mente, y por un instante me volví a sentir como un niño, todo al mi alrededor parecía asombroso y peligroso a la par, el título me prometía una odisea y sin embargo, el sentimiento duró poco. Pasadas las horas y una vez equipado los enemigos se convirtieron en un chiste, y los obstáculos medioambientales en un contratiempo que ya no me llevaba a nada nuevo, adiós al peligro. ¿El asombro? Casi desaparecido y remplazado mayoritariamente por puzles y tareas, en lo que ha sido, el único Zelda que me ha transmitido una sensación de AVENTURA, por breve que esta haya sido, por culpa del convencionalismo que sufre esta serie desde 1998.