Captain Toad: Treasure Tracker (2014) ejemplifica la diferencia entre simpleza y sencillez. La primera denota que algo sigue a pies juntillas la ley del mínimo esfuerzo, mientras que la segunda simboliza aquello que está acotado, pulido y pensado al milímetro. Sus niveles funcionan porque duran exactamente lo que tienen que durar y, como en los grandes juegos de Mario, si una idea no termina de convencerte, al juego le da igual porque de inmediato te presentará otra que sí lo haga. Algunos lo verán demasiado cuqui, infantil y poca cosa. A mí me ha relajado, sorprendido y divertido a partes iguales. Poco más se le puede pedir a un juego de puzles.

Jugué al baloncesto más veces que Lebron James.

En la cabeza de Miyamoto era espectacular.

Cerebro pequeño: queremos un nuevo Silent Hill.
Cerebro galaxia: ojalá Until Dawn 2.

Ir en metro de camino a la uni: The Videogame.

Me ha gustado mucho Luigi’s Mansion 3 (2019) y creo que es el mejor juego de la serie: Por encima del 2, que acusaba la ausencia de un segundo stick para apuntar debidamente, pero sobre todo del primero. La entrega original de GameCube quería ser una “parodia” de Resident Evil, mientras que la de Switch apuesta por la comedia más blanca, pura y física posible.

Como todo buen slapstick, la gracia está en pasárselo bien con cada reacción del pobre Luigi, siempre torpón, cobardica y a la sombra de su hermano Mario. Aquí entran en juego las mil y una animaciones que tiene, ya sea interactuando con objetos del escenario, abriendo puertas o asustándose ante la aparición de un nuevo fantasma. Escenarios que son un espectáculo por estar plagados de objetos que romper, aspirar o descubrir y por no responder a ninguna unidad temática. Toda la acción se desarrolla a lo largo de varios pisos de lo más variopintos, desde un gimnasio más o menos típico hasta un barco pirata.

La gracia radica precisamente en cómo el juego fomenta nuestra curiosidad por descubrir qué hay detrás de cada cortina, pared o cañería. Es aquí donde entra Gomiluigi, que permite el juego en cooperativo y la inclusión de algunos puzles bastante ingeniosos.

Sin embargo, no es un juego perfecto. De cara a una cuarta entrega habría que mirarse:
-La nula importancia del dinero que recoges a lo largo de la aventura.
-Las conversaciones con el Profesor Fesor, que conviene desactivar porque entorpecen el ritmo del juego y no aportan nada a la historia.
-Algunos jefes finales no están a la altura del resto de la experiencia.

El control es impreciso, los niveles son aburridísimos, la dirección artística intenta emular sin especial acierto el estilo 2.5D de Donkey Kong Country, los jefes finales son de una trivialidad aún mayor que los de Yoshi’s Island, a alguien le pareció bien que en la banda sonora hubiera diecisiete versiones distintas del tema original de Yoshi, una de ellas en clave hip-hop llamada Yo-yo-yoshi, la propia estructura del juego te chantajea para que consigas todos los coleccionables o si no, no ves todos las fases de cada mundo, la nueva mecánica para lanzar los huevos es claramente peor que la de Yoshi’s Island porque tardas mucho más tiempo en apuntar, hay un botón para hacer zoom sobre la cámara del personaje que no vale para absolutamente nada…

Me flipa Yoshi’s Story.

A finales del año 2018 mi hermano y yo le regalamos a mi padre una Nintendo Switch con Breath of the Wild por su cumpleaños. La entrada en casa de la nueva consola híbrida de Nintendo marcó un punto de inflexión en tanto que llevábamos siete años sin adquirir ninguna consola nueva. Además, yo me había tirado los dos últimos años de mi vida echando raíces entre la biblioteca y los laboratorios de la universidad y apenas tenía tiempo libre para ver un par de películas a la semana.

Desde que a mediados de los años 90 mi tía le dejara a mi padre una NES con Super Mario Bros, por mi casa habían desfilado todas las consolas de Nintendo (y alguna de Sony), con la excepción de Wii U, cuyas prestaciones y catálogo inicial nunca llegaron a despertarnos el interés suficiente para comprarla.

Echando la vista atrás, me doy cuenta de que todos en mayor o menor medida hemos tenido alguna época en nuestras vidas en la que no hemos jugado, ya fuera porque no podíamos permitirnos lo que valen los juegos o porque nos decantábamos por otras alternativas de ocio. Sin embargo, también me he dado cuenta de que, más tarde o más temprano, la mayoría de nosotros tiende a volver a jugar a videojuegos en algún momento de su vida.

Yo volví con Breath of the Wild.

Realmente nunca dejó de interesarme este mundillo y siempre me he mantenido al día en cuanto a noticias se refiere, no obstante, Nintendo Switch aterrizó en mi casa para traernos de nuevo la costumbre familiar de preguntarnos cada fin de semana por dónde íbamos en nuestras respectivas partidas.

El título de Nintendo me devolvió una ilusión que no experimentaba desde hacía tiempo, una muy infantil, pero también vital y sin la que no soy capaz de entender esta afición, a la vez que ayudó a sobrellevar toda la presión que sentía en ese momento por aprobar todos los exámenes.

En los cinco años que transcurrieron desde que terminé Breath of the Wild hasta el lanzamiento de su secuela ha pasado de todo, pero me alegra echar la vista atrás para darme cuenta de que el hobby que tan buenos ratos me ofreció de adolescente, y sin el que sería muy complicado entender algunos aspectos de mi vida, ha perdurado en el tiempo.

The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom no sólo conserva muchas de las virtudes de la entrega anterior, sino que las lleva un paso más allá. El juego presenta un set de habilidades para Link mucho más creativo, provocando que los desafíos se sientan mucho más interesantes, al no haber una única manera de afrontarlos, y facilitando la navegación para que explorar Hyrule resulte lo menos tedioso posible.

Además de las nuevas propuestas jugables, Tears of the Kingdom cuenta con uno de los mejores elencos de personajes de toda la saga. Jamás pensé que ayudar a que unos carteles se tuvieran en pie, manipular unas elecciones o tirar del hilo de los rumores que me cuenta un pájaro iba a desembocar en una experiencia tan satisfactoria todas y cada una de las veces. Hasta el mismísimo Ganondorf tiene aquí su mejor representación del personaje gracias al trabajo artístico de Nintendo y la excelente labor de doblaje de Alfonso Vallés.

Si a todo lo que he mencionado anteriormente le sumas una banda sonora que acompaña a la perfección tanto los momentos épicos como las escenas más contemplativas, la experiencia es prácticamente insuperable.

Lo que no ha cambiado de una entrega a otra y para mí sigue siendo su principal virtud es la capacidad que tienen estos Zelda de mundo abierto para que el jugador pierda la noción del tiempo. Jamás juegas el tiempo que te hayas establecido o haces lo que quieras hacer en un principio, siempre encuentras una par de cosas que llamen tu atención con tan sólo girar la cámara. Mas aun cuando en Tears of the Kingdom se han añadido multitud de lugares nuevos por los que perderte: cuevas, islas flotantes, pozos y hasta un sotanillo que alberga un buen puñado de homenajes a otras entregas de la franquicia.

Seguramente sea dicho subsuelo mi parte menos favorita del juego, ya que encuentro pocos incentivos más allá de la misión del clan Yiga, la búsqueda de recursos o los ya citados “homenajes” a la saga para explorarlo.

A lo largo de las casi 180 horas que le he dedicado nunca he tenido la sensación de estar desaprovechando mi tiempo y eso supone un mérito enorme por parte del equipo de desarrollo, que en el pasado ya me hizo vivir grandes momentos con entregas del calibre de A link to the Past, Ocarina of Time o Wind Waker. Espero que ojalá sean muchas más las que a mi padre y a mí nos queden por disfrutar.

Mario + Rabbids Sparks of Hope saca menos partido del que me gustaría a la estética de Super Mario Galaxy y peca de demasiadas misiones de relleno que terminaron aburriéndome hacia el final del juego.

Lástima que en mi opinión se quede a las puertas de superar lo mucho que me gustó la entrega original, así como su DLC ambientado en el universo de Donkey Kong Country Tropical Freeze, que para mí sigue siendo lo mejor de este crossover entre Super Mario y Rayman Rabbids.

Llevaba muchos años sin jugar a nada de Pokémon y me animé por aquello de estar ambientado en Españita. Ojalá no me hubiera animado en un principio porque me encontré un mundo abierto a medio cocer que me arruinó la experiencia. No puede ser que The Pokemon Company, una de las compañías de entretenimiento más tochas del mundo en cuanto a ingresos se refiere, otorgue tan poco margen al estudio de desarrollo (Game Freak) para lanzar sus juegos, convirtiéndose casi en el hazmerreír de la industria.

Donut County saca todo el partido posible a sus mecánicas de tragarse cualquiercosa y no sólo eso, sino que además cuenta con un sentido del humor finísimo. Mis dieces, Ben Esposito.

Me gustó bastante el rollito adolescente sci-fi, así como la estética y algunos puzzles, pero no terminé de empatizar con los personajes.

Un metroidvania ligerito ideal para cuando tienes una tarde libre y no sabes qué hacer. Además, cuenta con un pixel art muy bonito, un lore interesante y puedes transformarte en un gatete, qué más queréis, jugadlo.

2018

Un juego perfecto para introducir a alguien que no haya tocado nunca un mando, ya que no requiere de mucha habilidad para terminarlo. Me impactó mucho tanto su banda sonora como su diseño de arte.

Recomiendo jugarlo del tirón porque se siente como si escucharas un álbum completo de tu grupo favorito.